A veces sin venir a cuento, sin quererlo ni esperarlo, me sube un escalofrío por la espalda.
Veo a mis hijos tan sanos, tan felices, tan ruidosos, con el pequeño empezando a hacer rabietas ante los nos, el mayor cada vez más independiente, las risas, los gritos, los portazos y los juegos de peleas, y sé que todo mi mundo es frágil y podría venirse a bajo en un solo instante. Y me vence esa sensación de vulnerabilidad. Siento como si me flaquearan las piernas.
No soy de preocuparse antes de tiempo, ni dejar de hacer cosas por los si pudiera pasar… y no estoy triste ni inquieta. Pero, así, sin más, aparece un nudo de preocupación en el estómago.
Me ocurre sobretodo cuando dormimos fuera de casa y sin darme cuenta estoy mucho más atenta a los ruidos, vigilante, atenta a los imprevistos. No tiene lógica y no sirve de nada que yo tema los imponderables de la vida pero es así. Y las noches se me hacen largas, oscuras y frías, aunque pueda oir sus respiraciones tranquilas justo a mi lado.
La vida es frágil. Un coche demasiado rápido. Un tiesto que cae de una terraza. O un diagnóstico demasiado duro para creerlo. Un simple imprevisto puede aniquilarlo todo y justo por eso no podemos dejar de vivir su belleza.
Y ojalá nunca deba enfrentarme a su horror. No sé porque he tenido tanta suerte hasta ahora pero espero continuar con el viento a favor.
Interesante reflexión. Todos nos sentimos un poco vulnerables a menudo 😉
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La cuestión supongo que es no dejarse paralizar por esa sensación.
Gracias por pasarte y comentar. Un saludo!
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Gracias a ti pro compartir 😉
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A veces me da por pensar en todo lo que puede salir mal… en cualquier momento puede pasar, pero no me gusta sentirme así, vamos a vivir el momento.
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A mi tampoco! Si lo piensas demasiado te hundes. Hay que aprender a vivir a tope aunque el miedo ande agazapado..
Gracias por pasarte y comentar. Un saludo
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