No me gusta el calor, me deja chafada, enganchada a las sillas de skay y con ganas de arrastrarme por el suelo como única meta del día.
Pero me gusta el verano. Me gusta mucho el verano. El verano de playa diaria, de jugar toda la tarde en el paseo sombreado de palmeras, el verano de comer helados y salir tras la cena a buscar un granizado de limón. El de dos horas largas de digestión obligatoria con la persiana medio bajada tamizando las luces y sonidos de la calle. Oír de lejos petardos resonando por las plazas, gritos medio apagados y correrías por los patios traseros. El verano de días infinitos, ansias de aventuras y tiempo para aburrirse.
Me gusta el verano sin prisas, sin grandes objetivos, ni metas diarias a visitar, me gusta , en definitiva el verano largo, ese verano largo y caluroso que me dejaba con ganas de otoño, tareas y nuevas rutinas. Y ese es el verano que deseo para mis hijos, pero, mira tú que ahí tenemos el problema porque…
el verano continúa largo y caluroso pero las vacaciones laborales no
Y en verano más que nunca el reto de la conciliación es difícil. Conciliar el horario de trabajo con el horario de vacaciones. Conciliar las vacaciones familiares con los múltiples días sin colonias, casals, abuelos… Conciliar las ganas de no hacer nada con las ganas de hacer disfrutar a los peques de sus días de verano. Conciliar…
Porque parafraseando a 2de1
la conciliación son los padres y, casi mejor, los abuelos
Así que vuelvo a levantarme con la espalda húmeda de sudor, el gesto cansado y las ganas infinitas de volver a disfrutar del largo y caluroso verano, mientras preparo mochilas y desayunos y me dirijo al blanco y perfectamente aclimatado horizonte de trabajo en la oficina.