Este ha sido un largo y caluroso verano de juegos en el agua, paseos nocturnos y tomarnos nuestro tiempo pero también ha sido un verano de peleas, gritos y malas caras.
A* ya tiene 8 años y R* casi 3. Ha sido durante este verano que han empezado a jugar juntos de verdad, con juegos elaborados, roles entre ellos y risas pero también es ahora cuando más riñen.
Peleas entre hermanos
Juntos son explosivos. Cuando uno no tiene paciencia, el otro le chincha, cuando el otro entra en rabieta, el uno le imita. Todo (lo malo) se multiplican cuando están juntos, que digo se multiplica, se eleva a la potencia. Y un verano de demasiado tiempo juntos ha pasado su factura en forma de crispación y malos humores.
Yo recuerdo pelearme mucho (muchísimo) con mi hermano y sé perfectamente que es normal. Todos los hermanos se pelean y la unión especial entre hermanos surge, precisamente, de conocerse tanto en lo bueno como en lo malo. Pero saberlo no me da más paciencia para aguantarlo.
Perder la paciencia
Porque este también ha sido el verano en que más he perdido la paciencia. Ahora mismo, me siento al límite. Me siento a punto de estallar por todo y eso no ayuda, lo sé. Es oír una solo confrontación entre los niños y ya querer chillar (y sé que nunca he solucionado nada chillando). Me gustaría saber llevarlo mejor, reconducir la situación, darles aquello que necesitan pero ahora mismo no puedo. Respiro hondo e intento pasar el temporal pero no puedo hacer nada más. Y muchas veces el temporal me sacude y vienen los rayos y los truenos.
Todo pasa y creo que con un poco de rutina, tiempo por separado entre ellos y unas cuantas respiraciones profundas todo volverá a su cauce pero de momento necesitaba desahogarme y repensar en todo lo que el verano ha tenido de bueno y todo lo que hemos podido aprender.
Seguro que en breve solo recordaremos los buenos momentos del verano y desearemos intensamente volver a pasar todo este tiempo juntos, y revueltos.
Tratandose de hermanos, dos son más que la suma de uno más uno 🙂
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