A veces me pregunto el porqué me gustarán tanto las rutinas de belleza si como todo producto sé que hay todo el márqueting detrás para
¿Qué tendrán las cremas para que me gustan tanto?
No pongo en duda que cuidarse marque una diferencia, porque solo hace falta pensar en las mujeres de hoy en día frente a las de hace unas décadas, pero a veces me sorprende el poder reconfortante que tiene en mí unos cuantos mimos para la piel.
Poner-se frente al espejo es un ritual, significa señalar que yo también me merezco esos cuidados, ese detalle. Pase lo que pase es un pequeño gesto que me ayuda a conectar conmigo misma. Verme reflejada en mi aspecto, pese a los años y pese a las arrugas, pese a las noches sin dormir y los momentos difíciles, es una manera de demostrarme que mi yo continúa ahí.
Luego están los sueños y los deseos… Siempre hay una promesa de mejora en todo tarro. La idea de poder sacar tu mejor yo, o directamente cambiarlo por uno más perfecto. Y sí, sé que ahí es donde el márqueting juega, engancha y nos hace gastar más de la cuenta. Nos venden demasiado es cierto, siempre quiero más, siempre necesito probar otro nuevo ingrediente. Y sé que no hay milagros y sé que los años pasan por más que pongamos cremas de por medio.
Contradictoriamente, un poco de cuidado personal me reconforta y me hace sonreír frente a los poderes milagrosos de una nueva crema. Esa del espejo que disfruta con la untuosidad de sus potingues no va a cambiar por mucho retinol o vitamina C que lleve un nuevo compuesto. Esa del espejo solo quiere continuar disfrutando de los pequeños placeres y sonreírle a la vida para sacar su mejor cara.